Imperios de hierba

JC_SantosPor Jean Santos Rivera

 

I wear this crown of shit
Upon my liar’s chair
Full of broken thoughts
I cannot repair

“Hurt”, Nine Inch Nails

 

Anselmo fue el que comenzó a dividir la tierra, ¿o fue Baltasar? Alguno de ellos se despertó un día, tomó unas estacas gruesas, una soga y un marrón; caminó por la llanura, saludando a su parentela y cuando le pareció que estaba justificadamente lejos de su propiedad plantó con sus brazos el poste que fijaba la colindancia con la finca vecina.

Décadas o tal vez un siglo habían convivido las familias sin tener que determinar hasta dónde era el territorio de cada quien. Los patriarcas de las respectivas familias, ya ciegos y seniles, no recordaban cual era la división. Si se les preguntaba solo señalaban hacia cualquier lado y pronunciaban: «Hasta allá, adonde está el olmo». Parecían no recordar que ese árbol pasó a ser una de las sillas en la que entonces se mecían.

¿Por qué les dio por definir las fronteras? Unos dicen que fue por temor a morir y que sus hijos se quedaran con menos de lo que en realidad poseían. Otros afirman que aquella mañana escucharon a Baltasar, ¿o a Anselmo?, decir que no tenía nada más que hacer. Sus esposas no confirmaron ni negaron esto. Les sirvieron sendos desayunos y como no era raro verles con herramientas en la mesa del comedor no preguntaron los planes del día.

Lo cierto es que no importa quien comenzó, el otro se le unió a mediados de esa mañana y reiteró los límites. De vez en cuando argüían y uno retiraba el poste del otro y lo enterraba donde entendía que sí iba. Lo hicieron solos. Sus hijos e hijas paseaban juntos, conversaban y jugaban entre ellos sin importarles a que casa habían nacido.

Uno le dijo a su prole con mucho orgullo: «Verán todo lo que la familia posee». El otro nunca se mostró cansado; aguantaba y evitaba jadear para mostrarse más fuerte. La larga valla recorrería desde donde terminaba el bosque del norte hasta donde comenzaban las montañas del sur.

Los patriarcas, a quienes los sentaban juntos en el balcón de una de las casas para que conversasen, no hablaron durante ese día. Los martilleos y las discusiones de sus hijos, ¿o eran nietos?, no los dejaban plantear un tema. Sí se disculpaban si alguno de los insolentes carpinteros decía algo que podría entenderse como ofensa hacia la otra familia.

Anselmo descansó al mediodía, al igual que Baltasar. Al volver, trajeron sus mapas de la finca que estaban rasgados en partes, vetustos y amarillentos. Concordaron que los documentos que delimitaban las propiedades con líneas imaginarias eran oficiales tras corroborar el sello del gobierno. Baltasar entonces se dedicó a construir la valla de norte a sur, mientras el otro martillaba de sur a norte. No tomaron materiales prestados; los postes, la madera, los clavos y martillos tenían las iniciales de la familia talladas en algún rincón.

Desconfiaron y prefirieron hacer sus respectivas verjas, no fuese que al construir una comunal el otro se aprovechara y adquiriera centímetros que no le correspondían. Dos cercas se formaron, una pegada a la otra, si acaso con unos milímetros de separación.

Los hombres siguieron entregados a la labor por días. Al término de ésta Anselmo se trepó a la copa de un árbol y Baltasar escaló parte de una montaña para corroborar la rectitud de la verja contigua.

Justo al medio del trayecto las cercas de ambos se despegaban y volvían a encontrarse y juntarse más adelante. Habían seguido los mapas correctamente. Ninguno había tomado tierra de más. Dicen que Baltasar se rió y Anselmo se enfadó, aunque otros aseguran que fue al contrario. Se reunieron y estudiaron los documentos del otro. No había fallo en ninguno. Se suponía que esa tierra no estuviese allí. No estaba evidenciada su existencia. ¿Sus padres cometieron un error? Al cuestionarles, los ancianos rascaban sus frentes sin saber qué contestar. Midieron las fincas desde extremos opuestos hasta encontrarse en ese punto colindante y la medida era correcta. Nadie tenía terreno de menos.

Por un tiempo, nadie se preocupó por la naturaleza que quedaba sin dueño. El pedazo sin conquistar no era tan grande. Apenas cabría un becerro o una oveja. Aun así no se la cedieron el uno al otro, sino que quedó allí esperando quien la reclamara. Por las tardes era común ver a los hombres disfrutar de un café en sus respectivos balcones fijando las miradas en esa porción de grama.

En una ocasión se vio a Baltasar subir a la montaña y a Anselmo trepar hasta la copa del árbol nuevamente. Estudiaron la valla e hicieron dibujos de ella. Luego, Baltasar (o Anselmo) le comentó a sus allegados que tuvo que reírse ya que parecía… no recordamos que dijo o quizás el que nos lo contó no se atrevió a decir a qué.

cuento

Desconocemos a qué se asemejaba, lo que sí podemos precisar es que de esa vez en adelante se miraban con desagrado y procuraban hacer tareas cerca de ese minúsculo terruño. Plantaron huertos y flores a lo largo del cercado, pero era con el propósito de pasar los días trabajando cerca del otro para velar que no intentara usurpar ese terreno que lucía tan bueno y fértil, según comentaron, para sembrar un arbolito de guayaba.

Llevaron el caso a las cortes. Uno argumentó que su familia llevaba más tiempo viviendo por esas tierras, por lo que sin duda ese pedazo era de ellos. El otro le refutó diciendo que la familia de él compró aquella finca y que en el acuerdo de compra y venta quedaba esa porción.

El litigio duró meses, ciertas personas afirman que seguía después de un año. La municipalidad no sabía por quién fallar, pues en realidad no se encontraba evidencia de que el terreno en pleito existía. Los abogados de Baltasar mencionaban que sí había evidencia, pero que se perdió en el fuego que consumió la oficina de permisos hacía tres años. El caso quedó en el limbo de los tribunales. Ya los jueces le huían y lo dejaban descansar en sus escritorios por largo tiempo, esperando que alguno cediera. Pero no se cumplió ese deseo.

Ya los hombres no sólo bebían café, sino que desayunaban, almorzaban y cenaban en sus balcones velando la hierba que comentaban que cada vez lucía más verde. Por las noches encendían fogatas a pasos de la cerca y mandaban a sus hijos a que hicieran guardia.

La noche en que por última vez se vio a los hombres, Anselmo le pidió a su esposa que le cosiera y preparara una bandera de franjas horizontales con los colores del escudo de la familia. Dicen que fue él, pero creemos que fue Baltasar ya que la mujer del otro no sabía coser. Permanecieron desvelados; pasaron la noche uno con bandera en brazos, el otro en una mecedora.

Cuando venía algún hijo o hija a pedirle que se acostara a dormir él decía que no podía porque «estoy defendiendo lo tuyo».

Al amanecer se levantaron de sus asientos y caminaron hacia el terreno deseado. Baltasar llevaba la bandera en mano (los colores en los escudos de las familias eran prácticamente los mismos), por más  que digan que era Anselmo, juramos que era el otro. El que llevaba la bandera se trepó en la cerca. «Ni te atrevas a pisar el suelo», dijo el otro levantando una escopeta. Varios dicen que fue por rencor, otros que el que tenía el arma era nervioso y sobreactuó. Una de las niñas dice que lo vio todo, pero no quiere hablar o cada vez que se dispone a contarlo llora. Lo cierto es que antes de que el hombre pusiese el talón en tierra el escopetazo le desfiguró la cara, según dicen. El cuerpo cayó perfectamente acostado bocabajo sobre el terreno y arropado por la bandera; ninguna extremidad se salió del espacio cercado.

El perpetrador huyó. Nadie sabe si hacia las montañas o al bosque, eso daría una pista de quién es el que yace muerto, ya que nadie se ha atrevido a recobrar o a tocar el cuerpo ni siquiera las autoridades que comenzaron un pleito para decidir a qué jurisdicción corresponde esa tierra.

* Mientras estudiaba su bachillerato en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Cayey,  el autor participó en el Círculo Literario de la Dra. Janette Becerra. En el Programa de Estudios de Honor de dicha universidad realizó y presentó como tesina creativa un compendio de cuentos detectivescos. Defendió su tesis de la Maestría en Creación Literaria, una novela de ciencia ficción, en octubre de 2012. Ha dado talleres de cuentos a jóvenes y niños. Actualmente es maestro de Inglés en el Departamento de Educación.