Buenos consejos para todo autor

Por Betty Díaz

Ray-Bradbury

Ray Bradbury es mundialmente conocido por obras como Farenheit 451 Crónicas marcianas. Pero en 2002 publicó su libro Zen en el arte de escribir en el que deja algunos consejos que sirven no sólo para un desarrollo literario, sino para un desarrollo personal. Algunos de sus consejos:

  1. No empieces con novelas

Escribir novelas es muy complicado y siempre suelen ser muy malas cuando uno es principiante. Escribe un cuento a la semana y después de un año encontraras que entre 52 cuentos alguno debe valer la pena.

  1. Puedes amarlos pero no ser ellos

Copiar el estilo de tus autores favoritos es una de las peores cosas que puedes hacer, no te enclaustres intentando perfeccionar el estilo de tus ídolos, crea el tuyo.

  1. Llena tu cabeza

Intenta leer un ensayo, un cuento y un poema (clásico) antes de dormir, no sólo debe ser literatura, incluye filosofía, biología, ciencia; en fin, de todo un poco, en unos años estarás lleno de toda clase de información.

  1. Deja a quienes no creen en ti

Las malas  compañías no te llevan a nada bueno, quien no cree en ti no te servirá de mucho, y a pesar de que la crítica siempre es buena, no es lo mismo alguien que te quiere ayudar a alguien que quiere que abandones lo que amas.

  1. Escribe por gusto

Que la gente sepa que tu “trabajo” lo haces por gusto y es reconfortante, pero lo verdaderamente importante es que  escribas sobre lo que amas, que sepas que lo que estás haciendo es lo que te hace feliz, que cuando dejas el teclado estas contando los minutos en los que regresaras a terminar una historia.

Le pedimos al escritor José Rabelo a que reaccione a estos consejos con sus propias recomendaciones. A continuación su lista:

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  1. Nútrete de todo arte: Además de la literatura las otras seis artes pueden servir  de inspiración para alguno de tus escritos. En mi caso comencé la escritura con el drama, más tarde como guionista. Algunos de esos intentos terminaron como obras teatrales en la iglesia y como algunos cortometrajes. Esto me ayudó a crear imágenes con la palabra, lo cual aún practico con mis textos. Creo que un cuento o una novela debe dejar impresas nuestras visiones en las mentes de los lectores y el cine me ayudó a desarrollar algún tipo de impresor óptico muy útil para mi labor como escritor.
  1. No le temas a la página en blanco o a la pantalla blanca: Nos toca a nosotros disminuir esa claridad excesiva con trazos, letras, palabras, párrafos. Javier Marías habla del concepto «pensamiento literario» el cual se activa al enfrentarnos con ese espacio vacío, nuestro retador, el cual debemos llenar con esas primeras palabras. Si no nos sentamos frente a ese hueco de luz, las palabras no se escribirán por sí solas.
  1. Lee mucho: No solo leas literatura sino acerca de toda disciplina que capte tu atención. Todas esas ideas esperan por alguien para que las transformen en cuentos o novelas. Busca noticias, artículos científicos, libros de historia, porque entre sus líneas pudieras encontrar  una trama escondida. La sensibilidad es un radar para detectar relatos en lugares insospechados.
  1. Viaja mucho: Ya sea con turismo interno, externo o interdimensional, es posible escuchar a un guía, un compañero de viaje o un habitante del lugar revelar la epifanía para ayudarte a desarrollar tu nuevo proyecto. Debes estar alerta a los estímulos del ambiente para ser atrapado por una idea reservada para ti.
  1. Escucha a los niños y jóvenes: Si te interesa la literatura infantil o juvenil presta atención a las conversaciones de tus menores. Su manera de ver el mundo es, a veces, como si vieran otro universo. Su vocabulario, su ideología y sus prioridades son materia de estudio, pero lo que captes de tus niños y jóvenes conocidos te puede ayudar a desarrollar una buena historia.
  1. El bloqueo llegará: Si sientes que se agotan tus ideas en medio de un trabajo de escritura, suelta lo que haces y relájate. Aléjate algunos días, visita lugares distintos, aventúrate a buscar nuevas experiencias y en algún lugar impredecible encontrarás lo que necesita tu texto. El tiempo puede ser variable, días, semanas, meses, años, pero si te atrapa ese escrito encontrarás lo que le hace falta.
  1. El escritor como todo ser humano necesita vacaciones: Lo has escuchado muchas veces,  «deja descansar el texto». En mi caso lo guardo varios meses para tratar de olvidarme de cómo lo escribí, luego lo puedo mirar con ojos nuevos como si fuera su primer lector. En esta lectura le descubro errores gramaticales y de concepto. A veces he tenido que cambiar la voz narrativa, alterar el orden de los sucesos y hasta quitarle o añadirle capítulos.
  1. Busca lectores: Para depurar tu trabajo, busca personas de confianza para que lo lean. Puedes conseguir correctores o personas con conocimientos en el campo que explora tu libro. Por ejemplo, si es una novela judicial, busca personas expertas en el campo del derecho. Si eres hombre y el personaje principal de tu novela es una chica, explora la posibilidad de lectoras para escuchar sus recomendaciones.
  1. No hay prisa: Tras los ocho consejos anteriores se percibe mucho trabajo y es cierto, escribir es una labor ardua, solitaria, pero que brinda muchas satisfacciones al ver el producto publicado. Toma tu tiempo para la investigación, escritura y revisión del libro.
  1. No le tengas miedo a las opiniones: Publica sin temor al qué dirán. Hay lectores que no les agradan algunos escritores clásicos, también hay rivalidades entre artistas y creadores frustrados por sus encuentros con la crítica literaria, pero si crees en lo que haces de seguro continuarás creando.

 

 

«Un cuento es la fantasía de una sonrisa ante una carta de amor inesperada»

 

“Un cuento nace de una obsesión, de una cosquilla”.

“Todo cuento cortazariano tiene un final sorpresivo, un final circular”. 

 

La escritora puertorriqueña Mary Ely Marrero-Pérez reacciona a estas dos lecciones del escritor argentino Julio Cortázar:

 

mary 2“Un cuento es una consideración única de un asunto, aunque se trate de la situación más común y de los personajes más habituales. Un cuento es como la historia de un cartero del siglo XXI entristecido porque cada vez deposita menos cartas de amor en los buzones debido a que  las redes sociales han eliminado tal bella costumbre. Lo sabe porque los sobres están timbrados con los sellos de compañías y la tipografía muestra que una máquina ha escrito. Ya los sobres no lucen la tinta de una cursiva dirigida de un ser humano a otro. Decide escribir cartas dirigidas siempre a “Mi amor” y depositarlas al azar en los buzones. Nunca se entera de las reacciones de los receptores, pero fantasea con las sonrisas que provoca. La consideración única del cartero y sus procederes exclusivos, hacen del depósito de las cartas una entrega de excentricidades inesperadas.  

Un cuento es como la historia de ese cartero que finalmente abre su propio buzón y halla una carta de amor dedicada a “Mi amor”, escrita en una letra que no es la suya y por la cual su esposa más tarde sonríe. Se reintegra afligido a su trabajo, dispuesto a repartir solo las facturas de las grandes empresas, para encontrarse con la sorpresa de muchos sobres escritos en la tinta cursiva que tanto extrañaba, dirigidas de un nombre propio a otro como antes.

La explicación sobra; el lector no merece que subestimemos su suspicacia. Hilará los eventos y sabrá que detrás de una circunstancia aparentemente insignificante, hay una propuesta temática analizable a la luz del contexto social. Un cuento que necesita ser explicado carece de independencia, y el escritor solo en sus textos es eterno. Esto no significa que la simpleza y la nimiedad sean requisitos narrativos, sino que (pese a la complejidad del texto) el cuento sea por sí mismo un comunicador extraordinario.

Un cuento debe ser memorable. Los lectores deben abrir el buzón y aspirar a una carta de amor; si son carteros, podrían sonreír al pensar en la posibilidad de la empresa leída; si ven sonreír a sus parejas (carta en mano)… bueno, las posibilidades se multiplican. Si recuerdan el cuento, la misión de impacto se cumple. Como narradores, debemos trastocar al lector y regalarnos una sonrisa maliciosa por las posibles reacciones que, ante nuestro escrito, tendrá cada lector”.

*Mary Ely Marrero–Pérez tiene una maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón y cursa el doctorado en Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico. Se dedica a la enseñanza y a la gestoría cultural a través de Lamaruca, Gesta Cultural Vitrata, institución sin fines de lucro que fundó en el 2015. Sus obras de teatro se han montado en los principales teatros del país y sus textos narrativos, ensayísticos y poéticos perfilan en libros y revistas locales e internacionales. Es la autora de la novela El abraso y el libro de cuentos Hambre. maryelymp@gmail.com

Colaboración de la escritora Betty Díaz, vicepresidenta de la Cofradía de Escritores de Puerto Rico.

La inteligencia de la honestidad

«El mío ha sido un largo camino hacia el desnudamiento de la palabra: desde las primeras tentativas de escribir, cuando era jovencito en una prosa abigarrada, llena de palabras que hoy me dan vergüenza, hasta llegar a un lenguaje que yo quisiera que fuera cada vez más claro, sencillo, y por lo tanto más complejo, porque la sencillez es la hija de una complejidad de creación que no se nota ni tiene que notarse. 

Uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple, y después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo. Y un caso de simplificación no es una tarea de embobamiento, no se trata de simplificar para rebajar de nivel intelectual, ni para negar la complejidad de la vida y de la literatura como expresión de la vida. Por el contrario, se trata de lograr un lenguaje que sea capaz de transmitir electricidad de vida suprimiendo todo lo que no sea digno de existencia. 

Para mí siempre ha sido fundamental la lección del maestro Juan Carlos Onetti, un gran escritor uruguayo muerto hace poco, que me guió los primeros pasos”. Extracto del texto Sobre el arte de un escritor, del escritor uruguayo Eduardo Galeano.

El escritor puertorriqueño José Borges reacciona:

borges“El propósito de todo escritor es comunicar su idea, ya sea una obra de ficción, un reportaje, un ensayo o un poema. Sin embargo, es fácil olvidarse de este concepto; tal vez porque es un proceso muy íntimo este de revelarle los pensamientos a un lector. Por eso, a veces nos desviamos de comunicar, y entramos en las aguas profundas de impresionar o agradar. Nos engañamos al pensar que el uso de un vocabulario rebuscado nos hará parecer más inteligentes. La ironía es que demuestra todo lo contrario y nos hace lucir inseguros. La vergüenza a la que se refiere Galeano, luego de obtener más experiencia, es producto de esta inseguridad del escritor. Es semejante a lo que sentimos cuando recordamos alguna barbaridad cometida en los años de juventud. Cuando intentamos comunicarnos de una manera diferente a nuestra voz interna, se nota; es un fallo de honestidad de nuestra parte. Es preciso no caer en la trampa de engañar al lector porque se dará cuenta, al fin y al cabo.

Uno de mis personajes históricos favoritos es el fallecido científico norteamericano Richard Feynman. Es conocido como el padre de la física cuántica y participó en el infame ‘Proyecto Manhattan’, que desarrolló la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, fue profesor de Física en Caltech y publicó varias memorias y autobiografías. Murió de cáncer en 1988 con estas últimas palabras: ‘Odiaría morir dos veces. Es tan aburrido’. Sus colegas lo consideraban un genio. Sin embargo, lo que realmente admiro de este científico es la manera en que solía explicar conceptos complicados en palabras sencillas. En su escrito, Galeano explica su anhelo por lograr ese tipo de escritura: sencilla, concisa y fácil de entender. Cuando uno lee los escritos de Galeano, se da cuenta de que lograba esta hazaña una y otra vez. Ahora mismo, a modo de repaso, leo partes de Espejos, publicada en 2008. En esta obra, Galeano comenta eventos de la historia del mundo, como las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, y el rol del padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer. El libro está compuesto de pequeños escritos basados en hechos históricos que comunican el punto de vista de Galeano. Además, se invita a los lectores a reflexionar sobre ellos. Como él mismo decía: ‘Escribo para los amigos que todavía no conozco. Los que conozco ya están hartos de escucharme’. Sus palabras revelan su preocupación por que lo lean, y lo entiendan, sobre todo.

El intelecto de Galeano no se cuestiona en ningún momento, por más que se difiera de él. Simplemente, escribe desde su punto de vista, con honestidad, como si estuviera en la sala conversando contigo.

Comunicarse es el norte de los escritores, sin que importe el género literario. Es un reto para valientes, ya que el fracaso suele castigarse severamente. Un ‘No entendí nada de lo que escribiste’, puede herir más que un machetazo, porque exponemos nuestra alma al escribir. Siempre admiraremos a escritores como Galeano, que logran comunicar su visión de mundo de manera eficaz e ingeniosa. De alguna manera, logran ‘hablarnos’ íntimamente, de la misma forma en que lo hizo García Márquez, Kafka, Sor Juana Inés de la Cruz, Pardo Bazán y todos los escritores que admiramos. Darse cuenta de este fenómeno requiere años de lectura, estudio y práctica. Es nuestro deber entender cómo las palabras logran diferentes efectos en las mentes de quienes nos leen. Los escritores honestos, que brillan por su ingenio, son los que pasan días pensando en el adjetivo perfecto, el punto de vista narrativo adecuado, el comienzo ideal, y así por el estilo. Los que trabajamos en este oficio de manera seria aspiramos a ser así».

*José Borges escribe cuentos, obras de teatro, novelas y colabora de manera independiente en diversos medios. En la actualidad, escribe reseñas de literatura para la sección Tinta fresca los domingos en El Nuevo Día, y es el coordinador de la maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón, en Santurce. Es autor de las novelas Esa antigua tristeza y Fortaleza jose.borges.escritor@gmail.com.  

Colaboración de la escritora Betty Díaz, vicepresidenta de la Cofradía de Escritores de Puerto Rico.

El reto a la hora de contar

“Una persona puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes, con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista”. Extracto del ensayo Apuntes sobre el arte de escribir cuentos del escritor dominicano Juan Bosch.

La cuentista puertorriqueña Tere Dávila reacciona:

“PaTereDavilafotorece obvio: el que no sabe contar con palabras un suceso, no es cuentista. Sin embargo, frecuentemente leo ‘cuentos’ que son más bien prosa poética; pasajes cargados de metáforas, muchas veces difíciles de entender, que se limitan a una puesta en escena. Ahí se quedan, sin trabajar el arco de una historia o de un personaje.

Pienso que, para que una historia satisfaga, debe moverse, aunque sea a nivel sicológico, y prefiero las que combinan conflictos internos y externos. Por eso los mitos son los mejores cuentos de todos: además de travesías, batallas y crímenes, hay emociones fuertes que tocan todos los pecados capitales. En fin, ofrecen varios niveles de lectura y nunca aburren. También se mantienen fieles a su propia lógica interna.

Un cuento bien hecho tiene, dentro de sí mismo, todo lo necesario para que el lector lo entienda y pueda explicarse los hechos, aun cuando haya finales abiertos o hasta saltos mortales de realidad. El embuste puede ser enorme, lo importante es que sea convincente y consistente, para así evitar el mal sabor que dejan ciertos intentos efectistas. Admiro a los escritores que ejercen un control elegante, que saben que no hay que caerle a marronazos al pobre lector con un recuento hipergráfico de todo lo malo que hay en el mundo; la maldad, igual que la comedia, son más efectivas cuando se presentan sigilosas, como ”de ladito”, y le dejan espacio respetuoso al lector.

El cuentista debe ser bien estricto consigo mismo; el trabajo puede ser hermético, experimental, o más complicado que un viaje surrealista, pero de alguna manera su autor debe poder explicar la idea de manera clara y sencilla. Si no, tal vez ese cuento no está listo. No sé coser ni siquiera un ruedo, pero me imagino que contar y coser tienen algo en común: hay que ser cuidadoso con las puntadas y lo que no está bien puesto al principio del trabajo va a verse como un tremendo error cuando la pieza esté terminada”.

*Tere Dávila es autora de las colecciones de relatos Lego y otros pájaros raros (Isla Negra, 2013) y El fondillo maravilloso y otros efectos especiales (Terranova, 2009),  y varios libros sobre la cultura puertorriqueña. Sus relatos han sido premiados en varios certámenes y figuran en antologías en español e inglés. Recientemente, su cuento El fondillo maravilloso fue adaptado a un cortometraje.

Escribir es reescribir

Escribir es reescribir

escritor pensante

“Un libro no se termina se abandona”

El mejor órgano de control de la escritura es la reescritura. Flaubert decía: “Escribir sinifica reescribir”, y en una carta a Louise Colet confesaba: “Hoy me he pasado ocho horas corrigiendo cinco páginas y creo que he trabajado bien”. Martin Amis va aún más lejos:

Es volver a mirar continuamente lo que se ha escrito tratando de descubrir algo nuevo.

La reescritura y la corrección son las obsesiones principales del escritor, que trata de guiar el libro hacia un centro, hacia una perfección que es irrenunciable e inalcanzable a la vez.

Francisco Ayala fue siempre un escritor lento, precisamente por su afán perfeccionista:

                  A veces una frase es todo lo que he escrito en un día; otras no, otras veces puedo          escribir páginas, pero aun entonces cada página que escribo, la vuelvo a reescribir, la repito, y solamente cuando me parece que está en el límite de lo que yo puedo conseguir en cuanto a expresión, la doy por definitiva.

García Márquez escribe y corrige, corrige y escribe hasta que su agente literario le imprime el manuscrito, casi a la fuerza: “Un libro no se termina se abandona” afirma, y de mala gana lo entrega a su destino.

Del mismo modo se comportaba Gina Lagorio, que seguía reescribiendo obsesionada por un adjetivo, por una “limpieza” infinita:

Me tienen que arrancar el manuscrito a la fuerza, llevarlo corriendo a la editorial e impedirme que lo mire por última vez. 

Ya hemos hablado de la reescritura continua de Raymond Carver, mientras que el testimonio de Luciette Destouches, la mujer de Celine, confirma de alguna manera que la enfermedad del escritor francés también dependía de la insatisfacción que sentía al escribir.

                Andaba por ahí enfundado en una bata atada con una cuerda; era una especie de polichinela que metía, por qué negarlo, un poco de miedo. Ya no comía casi. Se saltaba los almuerzos y las cenas; solo tenía una gran pasión por los croissants. Su vida, sus últimas energías, las gastaba en el trabajo. Escribía en las pocas horas matutinas de alivio que le dejaban las migrañas cada vez más fuertes. Luego, por la noche, me llamaba para leerme lo que había hecho. Declamaba fuerte, a trompicones rompiendo las frases. Pero nunca se quedaba contento con lo que hacía. Volvía a escribir diez, veinte veces el mismo capítulo. Siempre en busca del ritmo musical perfecto… Pero sus ataques se volvieron cada vez más violentos y seguidos hasta que llegó el definitivo, 1 de julio de 1961. Acababa de terminar Rigdón. Murió sin permitirme que llamara a un médico.

El nigeriano Chinua Achebe tenía un método sencillo: escribía una frase y luego escuchaba como sonaba. Si no sonaba bien, la rehacía hasta que quedara satisfecho. Solo entonces pasaba a la siguiente.

Aldo Busi reescribió Vendita galline km. 2 catorce veces, pero Busi trabajaba doce horas diarias, y mientras corregía la novela publicó otros cuatro libros.

Giampolo Rugarli ha confesado que cuando era joven la reescritura le ponía frenético y hoy, en cambio, le gusta más reescribir que escribir.

Es Bohumil Harbal quien cuenta la diferencia clara entre el momento en que hay que echar fuera lo que se quiere decir:

                Entonces lo único que hay que hacer es descargar en un lugar cualquiera y verter rápidamente esos sucesos emocionantes en el papel y lo que sucede después, cuando cada vez el texto reclama y pide unas tijeras para que lo corten en pedazos y lo recompongan en otro texto desplazando un poco más allá. Después, como cuando se hace un buen destilado o un queso, se coloca el texto cuidadosamente en un cajón y al cabo de un tiempo se saca para someterlo al intento de ver sus renglones desde otro ángulo, distinto al con que lo veíamos antes.

  La cosa no acaba ahí. Se puede seguir trabajando con el texto, siempre que cada intervención sea una diversión. Hrabal sabe que todavía le falta algo a ese texto, siempre les falta algo a todos los textos, pero no se sabe el qué, aunque está agazapado en alguna parte.

Luego, un buen día, estás volviendo de la cervecería o yendo hacia allí, o tienes una cerveza delante, y de pronto oyes detrás de ti, o en la mesa de al lado, un suceso, y la sonrisa se te dibuja en la cara; nadie sabe nada, solo tú sabes que esa es la última piedra, la última tesela de un mosaico que ya está completo, no se puede añadir ni quitar nada, está listo, acabado, firmado; pero con eso también está ya muerto, porque ha acabado de divertirte.

Abandonar lo que se ha escrito para alejar el juicio, para poderlo mirar después con una mirada distinta. Es otro método eficaz de reescritura: es como si el manuscrito se modificase con el alejamiento obtenido por el andar del tiempo.

Para concluir; parece distinto, pero la reescritura de Boujera existe. Es una reescritura mental, quizá tan eficaz como las demás, puede que incluso más severa, si no tiene permiso para llegar al papel hasta que no se ha despejado.

(Tomado del libro: Escribir es un Tic)

Mientras Jaime Marzán autor de novelas históricas como Mercedes, Rita; y de un libro de cuentos titulado Equus Rex opina sobre su proceso de reescritura

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mercedes-de-jaimePortada de Rita (1)Eqqus Rex Sann (1)

http://www.amazon.com/Mercedes-Jaime-L-Marz%C3%A1n-Ramos/dp/9945455540/ref=sr_1_fkmr0_1?s=books&ie=UTF8&qid=1415277540&sr=1-1-fkmr0&keywords=Rita+Jaime+MArzan
http://www.amazon.com/Equus-Spanish-Edition-Jaime-Marzan/dp/1935163094
Para mí, la reescritura no existe. (!¿Qué dirián de mi todos esos famosos escritores que citas?!) ¿Por qué? Pues porque yo escribo primero en mi
mente y luego lo que allí escribí lo paso al papel.
No te niego que ejercito una cierta forma de exorcismo con lo que escribo. Por ejemplo, mi novela histórica Mercedes me tomó unos seis años
en escribir. Y eso porque la engavetaba y la dejaba «enfriar» un tiempo antes de retomarla; tiempo que aprovechaba para ampliar mis investigaciones
o confirmar algún dato que me hubiera creado dudas. Ahí se hacían cambios pero, no una reescritura como tal. Por otro lado, Rita no me tomó más de cinco meses escribirla, dándole sus merecidos «enfriamientos».
El reescribir para mí conlleva cambios en el ánimo, y mi ánimo está ya convencido de lo que quiero escribir y del como lo debo escribir antes de
sentarme al ordenador. Mis cuentos en Equus Rex fluyeron como agua de río, uno tras el otro, sin pausa ni descanso.
Yo puedo corregir, claro. Pero sentarme a reescribir, nunca lo he hecho por la sencilla razón de que mi ánimo me dicta que lo que debo escribir ya
debe estar pensado y amoldado al lector que deseo que me lea. Entonces, mi escritura se convierte, si quieres, en un producto semi-terminado al
cual solo hay que colocarlo en el horno unos minutos para hacerlo cuajar. Esos minutos son los que aprovecha el editor para hacer su trabajo y, de
haber algo más qué corregir, se hace cuando se estudia esa primera galera.
El reescribir puede ser una buena práctica para muchos pero, no para todos. Cada cual mantiene su propia versión de lo que es el proceso creativo.
Si uno piensa que hay que buscar la perfección en todo lo que escribe mediante la reescritura pues, muy bien. Ese escribe para sí mismo. Yo escribo
para mis lectores.

 

 

¿Dónde?

«Escribir es volver a casa»

libro y cafe

La tesis de Claudio Magris (escritor italiano) es excéntrica, pero no carece de fundamento:

La cafetería es el sitio donde mis allegados o compañeros de trabajo no se me acercan. Hay gente alrededor, y tampoco está mal verse rodeado de personas a quienes le tiene sin cuidado lo que haces. Levantarse de vez en cuando, estirar las piernas, se trabaja mucho y parece que se trabaja menos. A Magris le gusta mucho escribir en el tren, donde el ambiente a menudo es como el de una cafetería llena personas indiferentes al ruido de la pluma sobre el papel.

Tomasi di Lampedusa también escribía en una cafetería, el Caffé Mazzara de Palermo. La cafetería es un lugar sagrado de la escritura, a menudo símbolo del escritor bohemio, símbolo desde luego de los años dorados de París.

Hemingway fue su representante más famoso, y cuando se piensa en él no cuesta mucho imaginarlo sentado en un rincón de una cafetería parisina, con café creme y el cuaderno sobre las rodillas.

(Tomado del libro: Escribir es un Tic)

Mientras José Rabelo escritor egresado de la Maestría (Premio Barco de Vapor 2013) nos comenta sobre el lugar de su preferencia a la hora de escribir:

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Dondequiera llega el caballero inspiración y su gemela, doña inspiradora. Aunque prefiero armar los relatos en mi biblioteca, porque desde allí puedo partir con más facilidad (entiéndase referencias como libros, internet, películas y una vista de montañas que de manera subliminal eleva mi imaginación) me agrada  escribir en autobuses durante giras y en las camas de hoteles, no en los escritorios. A los viajes siempre llevo un diario, o moleskin, en donde hago constantes anotaciones, dibujos y testimonios escritos de mis compañeros de travesía. A veces tomo los relieves de los lugares visitados y ensucio las páginas con material orgánico o mineral del país visitado. No es raro encontrar flores aplastadas entre las páginas hasta que un día me agarren los de agricultura. En muchas ocasiones frases en pancartas, refranes, titulares, fragmentos de folletos turísticos me han desatado ideas encerradas en la mente para convertirlas en relatos y hasta para finalizar como pasajes de novela. Fotos en algunos de mis álbumes han terminado como escenarios para tramas. Aunque la mayoría de las veces origino mis escritos desde el teclado, son muchas las hojas sueltas que guardo en cartapacios para algún día transformarlas en libros. Hace unos meses me encontraba en un hotel, en medio de una conferencia, como padezco de déficit de atención (autodiagnosticado) empecé a dibujar mientras el conferenciante divagaba. Trazaba los bocetos de unos semirotes, gaznápiros y lúgubros para alimentar el bestiario de una idea recién llegada, Club de calamidades. En esa ocasión, para organizar mi manuscrito, hice un bosquejo con cada capítulo pormenorizado con su narrador, características, escenarios, personajes y puntos claves de la trama. De esta manera se me hizo fácil transitar por una historia ya planificada antes de comenzar a escribirla.

Si tuviera que escribir en un café también lo haría. Allí preferiría una mesa cerca de una pared (para recostarme en ella si me canso), un ambiente fresco (porque la andropausia me ha convertido en un ser caluroso), si el café tuviera una vista panorámica me deleitaría con ella para darle reposo a los ojos que se cansarían al ver tanta letra, teclado y resplandor electrónico. Si esa vista panorámica fuera desde el espacio y desde el vacío pudiera ver el globo terráqueo, en definitiva, no pararía de escribir por horas. Si encima de eso pudiera compartir con amigos escritores el café no sería raro el también compartir las letras. Quién sabe si de esa forma nos convertiríamos en personajes de esa trama iniciada en un café sideral. 

Cafe Sideral

Ilustración de Gabriela Ibarra – http://gabrielaibarrailustraderas.blogspot.com

Estoy seguro de que se nos ocurriría enviar nuestro escrito en una sonda espacial con el propósito de surcar el infinito y más allá. No me extrañaría fabular la posibilidad de que una civilización desconocida se topara con nuestro escrito, “esto proviene de un planeta de escritores, en donde cada ser se expresaba en palabras escritas para intentar dejarlas grabadas para siempre…”, tal vez diría un ser lumínico con ojos enormes al encontrar ese objeto proveniente desde más de cien millones de años atrás.